Chocar el codo con Irlanda

Por Antonio Rivero Taravillo

 Chocar el codo con Irlanda
 
Se puede ser historiador y escarbar en el asunto, citando el nombre de aquel guerrero de España que llegó a la isla en tiempos míticos, nuestras alianzas y las batallas en las que combatimos codo con codo, la acogida que tuvieron los irlandeses entre nosotros, los lazos entre las dos naciones que recuerdan, por lo intrincado y denso, el manuscrito iluminado del Libro de Kells; podríamos extendernos sobre mil razones, todas argumentadas, pero esas son solo la letra pequeña de un contrato que se firma con un choque de manos (¡y un escupitajo, según las costumbres ancestrales de Irlanda!), porque es palmaria la corriente de mutua simpatía. Se puede explicar pero, sobre todo, se siente.
 
ENAMORAR POR EL OÍDO
 
Junto con el enamoramiento que muchos han sentido por Irlanda gracias al verde del paisaje con ese barniz que la lluvia lejos de emborronar lo resalta, la música ha sido desde la llave con la que aquella ha entrado en muchos. España sabe de música tradicional, del rico repertorio de sus regiones y del flamenco. Por eso quizá los españoles estén predispuestos al disfrute de la que es una de las músicas populares más arraigadas, ampliamente cultivadas y bellas del mundo: la irlandesa.

Envuelta en ella, la Isla Esmeralda se adentra, por el oído y por caminos que desconoce la fisiología, en el corazón. Los codos, valga la redundancia, se codean en la lucha. Pues bien, si Irlanda tiene un instrumento musical nacional, el arpa, que tañe sus cuerdas lo mismo en las monedas que en la más popular marca de cerveza negra, en el escudo del país y, por qué no, en una melodía bellísima de un compositor ciego, la gaita es a la par el instrumento más propiamente gaélico: hay otras en Escocia y Bretaña, sin olvidar las nuestras gallega y asturiana, pero la irlandesa es la más dulce y sutil de todas. Por no hincharse el odre por el aire expulsado a través la boca sino por la presión que ejerce el codo, se llama así, gaita de codo. En síntesis de las lenguas inglesa e irlandesa, trasunto de la identidad mixta y bilingüe de la nación: uilleann pipes.
 
OTRA FORMA DE EJERCICIO
 
En Irlanda el panorama musical es vibrante y no han tenido que llegar los turistas para que muchos aficionados se reúnan en los pubs a realizar sesiones en las que todos son bienvenidos haciendo buena una de esas palabras de las que la isla presume como virtud: fáilte, que lo mismo sirve para mostrar la hospitalidad como letrero que para decir “de nada” ante una expresión de agradecimiento. En los pubs, lugares sobre todo en los que pegar la hebra y hacer que se seque la garganta antes que sitios en los que mojar el gaznate, hay muchos que, además de darle al codo de la gaita, lo empinan. Con la pandemia ha sucedido lo que era impensable hace solo un año: el cierre prolongado de esos lugares de conversación y “codificación” (por lo de los codos embriagadoramente musicales y moderadamente etílicos y también –pues los irlandeses aman las triadas, y no hay dos sin tres– por lo de hablar por los codos).

CANTO Y CUENTO
 
Antonio Machado escribió: “Canto y cuento es la poesía. / Se canta una viva historia / contando su melodía”. Habrá que reconocer que Irlanda es un país eminentemente poético: en pocas partes como ella tienen tanto predicamento el cantar y el contar. Ambas facetas se reúnen, sí, en el pub, porque están en el ADN irlandés, esa secuencia helicoidal que recuerda a los brazaletes y torques de oro celtas atesorados en las salas del Museo Nacional, en Dublín. Tierra de santos y de sabios es una forma con solera de referirse a Irlanda. Hoy hay menos santos que antaño, pero en los primeros siglos de cristianismo hubo concurrencia tan cumplida que Éire mandó muchos a Escocia, Inglaterra y el continente europeo. El santoral irlandés comienza pisando fuerte el año, con la patrona santa Brígida el 1 de febrero en la antigua fecha de la festividad precristiana Imbolc, y el 17 de marzo, san Patricio, patrón no solo de la pequeña gran isla sino de la inabarcable patria chica de tantas personas de origen irlandés que en cualquier latitud llevan a gala el color verde.
            En cuanto a sabios, poetas, escritores y gentes del arte en general, igualmente está muy bien servida Irlanda, con cuatro premios Nobel de literatura: Shaw, Yeats, Beckett y Heaney. Y muchos que, de Joyce a… (se acabaría aquí el espacio) han hecho de la palabra en letras de molde, no solo la oral bajo las molduras de madera de un pub, casi una religión.
 
LA PACIENCIA Y LA ESPERA
 
Gota a gota, Irlanda no se agota en Dublín sino que igualmente se destila en el país rural: un aguacero en Connemara, un lago en Sligo, las salpicaduras de una playa en Dingle, un arroyo en Donegal, un río de truchas en Waterford o el agua de vida (eso significa la palabra whiskey) bebida reposadamente en una taberna de Kilkenny junto a la fluvial corriente, la salobre en una ostra de Galway.
Irlanda ha resistido invasiones, plagas, pestes, hambrunas, una guerra de liberación y otra civil. Más o menos como España. Ya habrá tiempo de abrazarla, ahora choquemos con ella los codos o, mejor, hagamos como que los chocamos con un gesto.
En un documental titulado The Irish Pub (se puede ver en Youtube), un tabernero recuerda lo que le recomendó como lección de vida un nativo de la gran Blasket, islote sudoccidental hoy abandonado: Tóg go bog é, Take it easy, Tómatelo con calma. Irlanda es paciente. Y nos espera.