EL CAMINO DE DINGLE (O DE KERRY)
Desde el oeste, los romeros medievales a Compostela partían del puerto de Galway, esa maravillosa ciudad de aire bohemio, tan próxima a los majestuosos acantilados de Moher, donde la piedra negra, como cortada a cuchillo, cae a plomo sobre las aguas del Atlántico.
En el extremo suroccidental de la isla, los monjes y lugareños que habitaban en la península de Dingle se dirigían a pie hasta el puerto de Tralee para embarcar con rumbo a Santiago, una ruta jacobea que se ha revitalizado en los últimos años: el llamado Camino de Dingle o de Kerry, un itinerario que dejará sin habla a los aficionados al senderismo por la esplendidez de las vistas. Parajes de una belleza intacta, anclada en los orígenes del tiempo, con mezclas imposibles de azul y verde, con valles virginales a los pies del monte Caherconree. Desde Dingle, un pueblo de postal, con sus casas coloreadas y su puerto de pescadores, hasta Tralee, capital del condado de Kerry, distan unos 40 kilómetros, que pueden recorrerse en tramos hechos a la medida de cada zapato. Con el aliciente de que, por supuesto, al final de cada etapa aguardan al caminante un buen plato de estofado de cordero o bien unos mejillones fresquísimos, como los que pregona Molly Malone en la popular canción de taberna.
EL NAUFRAGIO DE LA ARMADA
Durante siglos, muchos irlandeses católicos encontraron refugio en Castilla, perseguidos por el empuje arrollador del anglicanismo, en un proceso largo y a menudo sangriento (de Enrique VIII a Cromwell). En medio de esta lucha de poder, emerge un episodio histórico apasionante, arrinconado a menudo en España en el desván del olvido: el descalabro de la Gran Armada. Harto de las afrentas de los ingleses —la ejecución de la reina católica María Estuardo de Escocia, la incursión de sir Francis Drake en Cádiz, los ataques contra los galeones españoles que venían de las Indias—, Felipe II se decidió en 1588 a mandar una flota de 130 buques contra Inglaterra para derrocar a Isabel I, de la dinastía Tudor, con la intención de apartarla del trono e instaurar de nuevo el catolicismo en las islas. Los temporales y la mayor agilidad de las naves inglesas dieron al traste con su propósito en una sucesión de naufragios contra los acantilados de las costas irlandesas y escocesas.
El 21 de septiembre, tres navíos de la expedición —La Lavia, La Juliana y La Santa María de Visón— encallaron tras una tormenta frente a la espectacular playa de Streedagh, en el condado de Sligo, una tragedia en la que perecieron más de un millar de hombres. El encantador pueblo de Grange, donde existe un Museo de la Armada, celebra todos los años, a finales de septiembre, un homenaje a los ahogados, a los soldados caídos en combate o masacrados después por las tropas inglesas. Los pecios guardan silencio en las profundidades del mar, de donde los arqueólogos submarinos lograron rescatar, entre otros objetos, tres cañones que se conservan en el Museo Nacional de Dublín.
LA SENDA DE FRANCISCO DE CUÉLLAR
El capitán Francisco de Cuéllar, que iba embarcado en La Lavia, alcanzó milagrosamente la playa a nado. Tras una serie de peripecias increíbles, que han inspirado novelas y una película (Armada 1588: Naufragio y supervivencia, dirigida por Al Butler y estrenada el verano pasado), De Cuéllar logró escapar a Flandes y de ahí regresar a España, atravesando el norte de la Isla Esmeralda, en ocasiones desnudo y malherido, por una senda hoy señalizada que se conoce como la Ruta de De Cuéllar (De Cuellar Trail). Recorrer sus pasos, ya sea en coche o bien en moto, supone un destino vacacional magnífico por el dramatismo del paisaje: el lago Glencar, la Calzada del Gigante, una asombrosa formación geológica de peldaños de basalto, o bien las ruinas del Castillo de Dunluce.
Irlanda es inagotable en su belleza. Un lugar donde llenar de aire limpio los pulmones. Donde redescubrir los lugares y gentes que nos unen.Done sonreírle a la via
OLGA MERINO
Escritora. Última novela, La forastera (Alfaguara, 2020)